sábado, 9 de julio de 2011

LA VENGANZA DE LA GORRA

PREÁMBULO

Concibo las relaciones como concibo una ciudad.  Con sus calles, con sus atajos, con sus caminos lindos y feos, sus bifurcaciones, etc. 
Tras haber vivido en Córdoba toda mi vida, tengo que admitir que aún me resulta imposible orientarme correctamente.  Tengo una inhabilidad demasiado grande para generar mapas mentales y para recordar direcciones.  Es uno de mis tantos defectos.
Siendo que la ciudad entera está señalizada y aún así me cuesta trabajo encontrar los lugares a los que quiero llegar, demás está decir que en los “caminos” que hay que recorrer en ciertas cuestiones sociales, mis problemas se acentúan.  Uno nunca sabe qué sendas recorrer para congraciarse con alguien.
En lo referente al sexo –y siguiendo esta línea de pensamiento- tengo un problema enorme.  Pero este problema en particular, es un problema que comparto con muchos de mi especie.
Soy de la idea de que para esta clase de cuestiones, la gente debería venir con un GPS integrado. 
¿A quién no le pasó alguna vez, en su camino hacia un encuentro sexual, dar un giro equivocado en algún lado y hallarse atascado en el vecindario “amistad”?

Pero “Amistad” no es un vecindario cualquiera, no.  Es un vecindario peligroso, de esos que uno no se anima a transitar de noche.  Es un lugar laberíntico en donde uno puede entrar por error sin volver a ver la luz del sol jamás.
En los umbrales de esta “dimensión”, grabada en piedra, se puede hallar la misma leyenda que Dante Alighieri le atribuyó a las puertas del infierno: “ABANDONE TODA ESPERANZA, AQUEL QUE AQUÍ ENTRE”

Demás está decir que estas “amistades” son sólo transitorias y no están destinadas a durar.  No porque al fin de cuentas uno consiga lo que de hecho estaba buscando, sino porque se fundan en la base de la esperanza.  La esperanza de que algún día pase algo.  Pero “algo”, nunca pasa.
Es sólo cuestión de tiempo hasta que en tu rango perceptivo aparezca otra mujer con quien una nueva esperanza pueda renacer.  En ese momento, se pierde total interés en la actual “amiga” (incluso se pierde el interés amistoso) y te dedicás por completo a tu nuevo objetivo.
Siendo que las más de las veces estamos destinados a tropezar con la misma piedra, las chances indican que terminarás con una nueva amiga transitoria hasta que aparezca una nueva fémina a la cual abocar tus esfuerzos y así ad-infinitum.

Todo esto que acabo de describir, no se basa en estudios fenomenológicos, sino en la pura experiencia.
Y esta experiencia, para variar, tiene una historia prototípica de la cual se desprende; y la historia… es ésta:



PARTE I

Tiempo atrás, antes de cambiar de “Alma Máter”, intenté estudiar psicología en la Universidad Nacional.  No hace falta que describa mis vicisitudes allí, pero lo único que voy a destacar, es que no entendía nada.  No cazaba un fútbol, todo me sonaba netamente teórico y me era difícil anclar lo estudiado con la realidad.
Tal vez por eso, cuando las amigas de una de mis compañeras me dijeron –refiriéndose a ella- “no le des mucha bola, es medio histérica”, yo me imaginé cualquier cosa menos una histérica.
Me imaginé una histérica a lo Freud (con parálisis en los miembros, con ataques repentinos, etc.).  Me imaginé una histérica a lo Charcot (con retorcijones y convulsiones, etc.) Me imaginé cientos de cosas, excepto una histérica como comúnmente se las conoce.
Un día tuve que acompañar a la susodicha a su departamento, en donde me relató las desventuras de su vida.  De cómo nadie la quería, de cómo estaba sola, de cómo se llevaba “mal” con su novio (que estaba lejos) y de cómo hacía poco había gorreado al pobre bastardo, con un tipo al que había conocido en un boliche una noche.  De este tipo, del que conoció en el boliche, se había “enamorado”, pero el muy “maldito” jamás la volvió a llamar.  Cada tanto tenían de esas noches juntos, pero el tipo no le daba mucha bola que digamos.  Esto la tenía mal.

La tarde se hizo noche y la noche se hizo madrugada.  Cuando me quise ir, se largó a llover.  Yo exclamé “uh… ahora no voy a conseguir taxi y tengo que caminar bajo la lluvia”.
Mi compañera preguntó “¿Por qué no te quedás a dormir y te vas mañana?”
Viendo que mi compañera no tenía sofá, le eché un ojo a su habitación en donde pude observar que sólo tenía una cama de una plaza.  Le pregunté “¿en dónde?” y contestó “conmigo”.
Siendo que yo no sólo no entendía nada de psicología, sino que tampoco entendía de mujeres, pensé que quedaría mejor de mi parte decirle “no te hagas drama, yo camino… igual me gusta caminar en la lluvia, así que me voy”.  Y eso hice.  Pronuncié esas palabras y me fui pensando (equivocadamente) “ahora va a pensar que soy todo un caballero…”

Antes de que me fuera, me hizo prometerle que volvería al día siguiente para almorzar con ella, porque no quería estar sola.  Yo, la verdad, estaba demasiado alegre al respecto –porque la chica me gustaba- así que le dije que sí.  Obviamente, cumplí.
Mis visitas a su casa comenzaron a hacerse frecuentes y al poco tiempo ya éramos amigos íntimos.  Ella me hablaba de “Javier” (nombre cambiado para salvar las apariencias) el chico que conoció en el boliche y de los mensajes que se mandaban, las charlas que tenían por teléfono, las chicas con las que ella lo veía, etc.
Un día me invitó a su cumpleaños a celebrarse en no sé qué boliche de Nva. Córdoba.  Asistí, conjuntamente con algunos de sus amigos.
Al entrar al recinto, me percaté de la presencia de uno de los famosos “gorreros” (individuos descritos en la historia anterior).  El gorrero entró acompañado por un reducido grupo de chicas en extremo hermosas.  Él tenía las manos en los bolsillos, sacaba pecho y lucía su gorra orgulloso.
Yo lo miraba con envidia, las lindas lo rodeaban, él era totalmente indiferente, pero lo peor, el puñal en el pecho, me lo dio mi amiga cuando me dijo –señalándolo- “ese es Javier”.

-         “¿¿¿CÓMO??? ¿¿¿El… el… el de la gorra???”
-         Sí, ese es él.
-         Pe… pe… pero… Vicky!! (otro nombre cambiado) ¡tiene cara de mono y usa gorra adentro del boliche! ¿qué le ven?
-         Tiene mucha labia (chamuyo), Agus.  Mucha Labia…


PARTE II

Yo no lo podía creer.  Yo, que me consideraba bueno en el uso del lenguaje castellano, justo a mí me vienen a decir que un tipo con cara de mono y gorra blanca es atractivo por cómo “habla”.  ¡Qué injusticia!
Me quedé mirándolo, durante gran parte de la noche.  Intenté descubrir sus secretos, otra vez, en vano.
Yo me moría de envidia –por las chicas que el tipo este se llevaba- Mi amiga también, por el mismo motivo.
“Vicky” me dijo: “no aguanto más, Agus, no me puede hacer esto, no puede estar con todas así al frente mío y ni saludarme”.
Yo, siendo varón, sabiendo lo que nos molesta a los varones, comencé a gestar mi “maquiavélico” plan.

-“¿Lo querés de vuelta?” –le pregunté a mi amiga-
-Sí, obvio –contestó ella-
-Bueno, vení conmigo –le dije, sujetándola de la muñeca-  Ella se resistió a moverse.

-¿Qué vas a hacer, Agus? –me preguntó- ¿Qué le vas a decir? ¡Por favor, no le digas nada!
-Tranquila, confiá en mí.
-¡Pero decime qué vas a hacer, no quiero que le hables!
-No le voy a hablar, quedate tranquila, vos confiá y vas a ver que esta noche lo tenés de vuelta.
-¡Ay, no, por favor! Me da miedo lo que vayas a hacer, ¡¡no metas la pata, Agustín!!

A estas alturas, yo ya la había soltado, viendo su reticencia a moverse de su sitio para ir más cerca de donde él estaba.  En eso, veo que el gorrero se retiró hacia el baño.  Aproveché para decirle a mi amiga “vení conmigo”.
Nuevamente la tomé por la muñeca y me la llevé hasta las cercanías del baño.  Me le quedé muy cerca, como si estuviésemos hablando íntimamente y esperé a que el mono con gorra saliese tras haber respondido al llamado de la naturaleza.

Mi amiga comenzó a exclamar en tono iracundo:
-¡Qué hiciste, Agustín! ¡Nos acaba de ver y va a pensar cualquier cosa! ¡Ahora no me va a hablar nunca más! ¡Se va a re-embolar!
-Vicky, en serio… vos confiá en mí que esta noche lo tenés de nuevo.  Ahora me voy y después me contás cómo termina todo ¿si?

Me despedí de mi “amiga”, me despedí de sus amigos y procedí a retirarme del boliche pensando en que si lo que había pasado de hecho funcionaba, yo iba a quedar como el tipo que se las sabe a todas y es super-inteligente, etc. etc. etc.
Equivocado otra vez…

Al otro día, tras despertar, revisé mi correo electrónico y para mi sorpresa tenía un e-mail de mi amiga que decía algo así como que me agradecía eternamente lo que había hecho, que a penas me fui, el mono con gorra (Javier) la encaró para preguntarle si ya lo había cambiado por otro, etc. etc. etc., que les contó a sus amigas acerca de lo que yo había hecho y que quedé como el “rey de la noche” (sea lo que sea que eso signifique).
Ahí comencé a notar una falencia en mi proceder (sí, yo aprendo lento).  A ver si entendí:

Yo, para variar, volví solo a mi casa.
El otro se llevó a las lindas y se llevó a mi amiga –gracias a mí-

Mmmmmm… hay algo que no cierra.
Bueno, como fuere, no recuerdo muy bien qué pasó en el medio.  Sé que con esta amiga hablé muy poco a partir de aquel momento hasta que un día me llamó para tomar un café.  Insistió mucho en que fuera en una cafetería en particular.  Una vez dentro, me confesó que al frente de la cafetería, vivía Javier y ella quería que él nos viera de nuevo juntos, por lo que me propuso pasearme con ella ida y vuelta por el barrio hasta que finalmente el tipo se enterase de que ella “estaba conmigo” ¿?
Mi paciencia tiene un límite y mi estupidez también.  A eso no accedí, le dije que no iba a funcionar, charlamos dos o tres pelotudeces más y luego me fui para nunca más volver a hablar con ella fuera de clases.

COROLARIO

Derrotado y humillado, decidí dedicarme a lo que yo mejor hacía: Jugar al Mortal Kombat.
Una tarde, con unos amigos, uno de ellos me preguntó si conocía a alguien que pudiera ganarme.  Le dije que no.
Otro de ellos afirmó conocer a alguien que quizás me diera una pelea pareja –y podría incluso llegar a ganarme-
Canchereando, le dije “traelo”.  Concordamos una fecha y en el día pautado el timbre sonó alrededor de las 5 de la tarde.
Para mi espanto vi a mi amigo usar una gorra de un color que no recuerdo, parado junto a otro sujeto que vestía una gorra blanca.
Comenzamos a “jugar” (competir) y la cosa estuvo pareja.  Durante varias batallas, los triunfos se turnaron.  Una vez yo, otra vez él y así sucesivamente.  Hasta que al fin, hartos del eterno “empate” dijimos “hagamos RANDOM y peleamos con el que nos toque.  El que gana esta, gana todas”. 
Aceptado el desafío, tuve la buena suerte de que me tocó por azar mi mejor peleador.  A él le tocó el peor de todos.
Yo –agrandado y confiado- exclamé “ah noooo… si me ganás con Johnny Cage, yo usando Scorpion, te declaro campeón mundial y no se discute más”.  Él aceptó.
Ganamos un round cada uno y fuimos al tercero.  Ambos en “DANGER”.  Intenté hacer una jugada sucia, pero el gorrero se anticipó y me mandó al muere. 
Esta anécdota todavía me la recalca cada vez que nos vemos…
La venganza de los gorreros fue terrible.  Me dieron donde más me duele.  No sólo se llevan a todas las chicas, sino que mandaron a uno de los suyos para despojarme de lo que más me gustaba y por eso… los cago odiando.

1 comentario:

Anónimo dijo...

bolooooo....q maestro...todavia me estoy riendo de la parte (si, yo aprendo lento) jajajajajajaj...sos muy culiado...
Che, que desubicado tu amigo que llevo al de gorra blanca!!

Dario