miércoles, 13 de julio de 2011

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE



‎-“¿Qué te pasa? Estás muy raro últimamente, Agustín” -me preguntó La Vida con cara de desconfianza. Vacilé en contestar. Tardé unos segundos en poder enunciar alguna palabra. –“Nada, nada” –le contesté.
La Vida se quedó mirándome en silencio durante algunos segundos. Me interpelaba con la mirada, como invitándome a decir la verdad. Yo me hacía el distraído. Simulaba revisar algo en mi celular.Finalmente, La Vida se me acercó despacio y se detuvo a una distancia prudente. Me dijo: “mirame a la cara”. Con ojos culposos accedí a su demanda.-“Vos no estarás saliendo con otra, ¿no?” -Me preguntó decidida.-“¡Ay, no! ¿Cómo se te ocurre, Vida? ¿Co… con otra? ¿Qué otra? Dejate de joder, no seas paranoica” -le contesté sin demasiada convicción y sin muchos artificios. Mi respuesta fue automática. Le mentí porque debía hacerlo, pero no porque quisiera. Le mentí porque está en el manual, porque es regla general negar todo.En el fondo, ahora me doy cuenta de que quería decirle la verdad. Deseaba que me volviera a preguntar nuevamente lo mismo, para poder escupir cada palabra sin ningún tipo de tapujes. La culpa me estaba matando.Sin embargo, fue ella quien se mostró culpable. Al menos, se veía arrepentida. –“Disculpá. No sé por qué te pregunté eso, pero estás raro, Agus”.Decepción. Es la única palabra que se me ocurre para describir mi estado de ánimo en ese momento. Decepción. Ansiaba, deseaba que insistiera. Quería decirlo todo, pero La Vida decidió dejarme en paz. Siempre fue así. Siempre me dio lo que ella creyó que era mejor para mí. Siempre se lo agradecí en la mejor forma, pero esta vez era distinto. Esta vez la vida no me entendió. Hizo lo mejor para ella, sin saberlo.Lo que La Vida ignoraba, era que poco tiempo atrás, yo sí había conocido a otra. Dijo llamarse La Muerte, aunque sus amigos le tenían otros apodos. A mí me gustaba decirle La Muerte. No le tuve nunca demasiada confianza.Es difícil comparar La Vida con La Muerte. Son casi idénticas. Sin embargo respondo a ambas en forma distinta.La Vida me enseñó a gozar de nuevos placeres con las mismas cosas. Pero llegado un punto, la sorpresa constante de las cosas estáticas me aburrió un poco. Llegado un punto, la sorpresa constante no me sorprendió más.La Muerte, por su lado, me enseñó a gozar los mismos placeres con cosas distintas.Cómo llegué a conocer a La Muerte, es todavía un misterio. Recuerdo que la vi de lejos, coqueteando con un par de malos muchachos. O al menos se veían malos.Ella levantó la mirada y me sonrió. Por timidez, desvié la mirada. Sin embargo, cuando quise verla de reojo, noté que ella se me acercaba, todavía sonriente. Confiada y segura de sí misma.-“Hola” –me dijo. Yo no le contesté. Me quedé tieso, atónito por su hermosura. Pensé que querría pedirme fuego, la hora o preguntarme alguna dirección. La miré fijo, esperando una pregunta.-“Uf… otro tímido” –exclamó para sí. –“Está bien, me gustan los tímidos” –dijo- “Específicamente, ahora me gustás vos” –expresó con voz de locutora.Yo comencé a temblar.-“Sé que tenés ganas de alocarte un rato, a pesar de esa cara de ingenuo que tenés” –acotó riendo. Su risa era sensual. Sofisticada. Tras cada pequeña carcajadita, hacía un pequeño suspiro agudo, como tomando aire. Esto hacía que se le inflara el pecho, resaltando su busto. Me excitaba verla reir.Bajo la consigna “vamos a un lugar más tranquilo”, procedimos a ir hacia su casa. No era una chica que anduviera con vueltas.Cuando hube de recobrar la compostura, finalmente reuní el coraje para comenzar a hablar. Tal vez no debería haberlo hecho. Ya me han avisado que tiendo a arruinar los buenos momentos.-“¿Por qué a mí?” -le pregunté- “¿Qué me viste?”-“Honestamente, no sé” –contestó- “No sos la clase de tipo que más me atrae. Pero tenés algo, un no se qué. Además… ¿Por qué no?”Esa pregunta era matadora. “¿Por qué no?” Hasta el día de hoy no tengo una buena respuesta para eso.Así comenzamos. Pero poco a poco fui notando que a La Muerte no le gustaba yo. Yo era –para ella- una especie de desafío. Ella quería ver hasta qué punto podría corromperme. Hacerme hacer cosas que yo no quería hacer.Le conté de mi relación con La Vida y me contestó que La Vida ya me había dado todo lo que tenía para dar. Que ella, en cambio, tenía eso nuevo que yo estaba buscando. Evidentemente, La Muerte era una manipuladora experimentada. Me dijo que si de hecho mi relación con La Vida fuese tan fuerte, yo no habría accedido a ir a su casa aquella noche de otoño.Debo admitir que las cosas que La Muerte me obligaba a hacer, escapaban a todo registro de lo coherente. Iban más allá del bien y del mal. Eran excitantes, riesgosas y generaban altas dosis de adrenalina. Pero La Muerte no me amaba. Eso era evidente. La Muerte se entretenía conmigo. Jugaba conmigo. Pero no me amaba. Yo era su esclavo. Su obediente y entrenado esclavo.La Muerte decía incluso, cosas sin argumento. Charlaba conmigo de cuestiones triviales y sin embargo, yo la escuchaba con demasiada atención. Hallaba fascinante su trivialidad, su frivolidad y su superficialidad. Sabía que tras esa máscara de “hueca”, La Muerte encerraba un misterio que nunca nadie llegó a conocer. Sabía que a pesar de muchas cosas, La Vida jamás podría darme lo que podía darme La Muerte. El tema es que La Vida quería dármelo todo y La Muerte me lo negaba. Me fascinaba el desafío. Cometí el error de tomar por seguro a La Vida. La Muerte me interesaba más. Yo ansiaba invertir los roles, convertirla en mi esclava, ser su amo y señor. Pero La Muerte no se deja seducir por cualquiera. Seduce a muchos, pero son pocos quienes logran llamar su atención.La Muerte estaba todos los días con alguien distinto. Y se encamaba con todos, excepto conmigo. Me invadían los celos y ella lo sabía. A mí sólo me prometía lujuria a futuro, si hacía lo que ella quería. Su juego comenzó a hartarme y con el tiempo fui negándome a sus exigencias. Cuando finalmente me puse firme y logré decirle “ya basta”, ella mostró su faceta más caprichosa y malcriada. Me dijo que yo no estaba listo para estar con ella y que era realmente aburrido estar junto a mí.Eventualmente La Vida se enteró de esta historia y confesó que se imaginó cualquier cosa menos eso. Dolida, me dijo que me amaba pero que lo que yo le había hecho era imperdonable. Que lo que ella tenía para dar merecía ser respetado y mi estupidez la hizo sentir una idiota.Y fue así que, al fin de cuentas, me quedé sin el pan y sin la torta. Hace poco conocí a otra chica. Dice llamarse Anhedonia y tiene un hermano mellizo llamado Aburrimiento, que es un tarado mental; el hijo de puta insiste en juntarse conmigo.Anhedonia es pegajosa, codependiente y quiere estar conmigo las 24 horas del día. Cuando no estoy con Anhedonia, estoy con Aburrimiento, quien no puede dejarme en paz. Ambos son bastante rompe-huevos, pero la verdad, no me importa.Hoy una chica nueva me agregó al Facebook. Se llama Distimia. En cuanto la encuentre online, la voy a chatear un rato, simplemente para ver qué onda…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Espero que haberme roto el orto en el pro evolucion el otro día te haya animado un poco!!