jueves, 14 de julio de 2011

EL BUENO, EL MALO Y EL FEO

El gordito de la fotocopiadora no es un mal tipo.  Es simplemente un tipo más.  A diferencia de lo que yo pensaba, no está alzado, ni es un pajero ni nada por el estilo.  Es nada más ni nada menos que un tipo más.  Uno como cualquiera.  Uno como yo, incluso.
Supe odiarlo en su momento, debido a que siempre atendía a las chicas bonitas, antes que al resto de los clientes.  Así el resto hubiese estado esperando desde antes.  Así la linda hubiese sido la última en llegar.  El gordito tenía preferencia por las bonitas.  Las atendía con una sonrisa, les hacía chistes, les dedicaba algún piropo infantil, etc.  A mí me atendía con cierta parquedad.  Al resto, no sé.  Nunca me fijé.
Hoy realmente me pregunto si yo odiaba al gordito o si envidiaba a las lindas.  No por su cualidad de mujeres ni por recibir trato diferencial, sino porque provocaban efectos –no sólo en el gordito- que yo no genero en nadie.  Me pregunto qué se siente.  Cómo se sentirá controlar las mentes de aquellos menos agraciados que uno.

El influjo hipnótico que resulta de percibir la belleza ajena, es una cuestión difícil de combatir.
Los sobornos, los regalos y las coimas pueden ser rechazados con cierta facilidad.  Ante la violencia y las amenazas, la afrenta –incluso- nos reconforta el alma.
Pero ante la belleza no hay nada que hacer.  Es el arma última.  La más perfecta de las herramientas de coacción.  Nos somete con consentimiento.  Y hasta de buena gana accedemos a los caprichos de una mujer hermosa.
Desconozco si las mujeres obran de igual modo ante la presencia de un hombre físicamente atractivo.  Para equilibrar la balanza, prefiero pensar que sí, aunque la evidencia indica lo contrario.

Dios sabe que le he dedicado algún tiempo a cultivar el intelecto y sin embargo, ante la sola presencia de una mujer atractiva, se me dificulta pensar con claridad.  No razono lógicamente y hasta me cuesta encontrar una recta ilación de pensamientos.  Por fortuna, no soy el único que padece de esta disfunción atencional.  Muchos congéneres me acompañan en el sentimiento.
Lo he intentado todo.  Desde imaginar que la mujer en cuestión es –de hecho- fea, hasta intentar cerrar los ojos cuando me toca discutir con una fémina de dicho calibre.  Pero todo intento por borrar los efectos de la hermosura, resultan fútiles a la hora de los bifes.
La imagen real se impone ante la fantasía, haciendo triunfar la lindura por sobre la fealdad imaginada.  Cerrar los ojos tampoco sirve, porque desde el cuore del alma surge el impulso autodestructivo de querer contemplar una vez más, la belleza del otro.  Necesidad injusta si las hay…

Con el advenimiento de las redes sociales, la capacidad de transformarse –aunque sólo fuese virtualmente- se volvió posible.
De entre mis muchos “experimentos” fallidos, el más llamativo de todos, consistió en intentar poseer un perfil falso en facebook para monitorear quién sabe qué cosa.  Fue un completo desastre.  Intentar agregar gente desconocida resultó un movimiento infructuoso.  A tal punto, que llegué incluso a recibir una notificación de Don Facebook, avisándome que estaba bajo sospecha de ser un perfil falso.
Llegué a concebir la idea de que si mi perfil de facebook fuese en realidad el de una joven hermosa, no tendría problemas para agregar a medio mundo.  Los hombres del ciberespacio estarían más que dispuestos a tenerme entre sus filas de contactos.  Pero Don Facebook no me autorizó el cambio de género.
Fue entonces que me topé –por accidente- con una solución inesperada.  Cambié la foto de perfil por la de un muchacho agradable a la vista (por no decir que era una tormenta de facha).
Es difícil describir la reacción de las personas.  Debo haber recibido cerca de 15 solicitudes de amistad por día.  Pero había de todo (mujeres, varones, jóvenes, ancianos, lind@s, fe@s, etc.).  Sin embargo, eso no es nada.

Con mi perfil falso de facebook, comencé a intentar darme algunos lujos que no puedo hacer con mi rostro –virtualmente- verdadero.
Digo cosas hirientes, promulgo banalidades, comento guarangadas y el resultado es siempre positivo.
Comparando un poco los hechos, me doy cuenta de que cuando yo –Agustín Gras- posteo algo totalmente válido para mí, a veces más, a veces menos, se genera controversia.  Siempre hay alguien que me discute y siempre hay alguien que intenta “ponerme en mi lugar”.  Ahora… cuando con mi perfil falso (perfil cuasi-griego, diría –por el rostro que lo adorna-) comento idioteces, nadie duda en clickear “me gusta”.
Uno pensaría que son sólo los homosexuales los que intentan ganarse mis favores (los favores de mi personalidad falsa), pero no.  Las mujeres también lo intentan y no sólo las feas.  Las hermosas también.

Cada tanto entro en mi perfil falso a poner alguna frase hueca.  Casi instantáneamente proliferan los “me gusta” y hasta incluso recibo algunos comentarios de aliento y felicitaciones.
Como “Agustín Gras” no puedo hacer tal cosa.  Debo esperar a que los amigos se quieran tomar el tiempo a leer lo que sea que quise publicar.  Si no les gusta, a veces me lo dicen, otras veces ni siquiera se molestan.  Los que me clickean “me gusta” son siempre los mismos 6.

Como fuere, creo haber descubierto la cura contra la belleza de una mujer preciosa: Ser un hombre hermoso.
He notado que cuando me disfrazo de “hombre hermoso” (cosa sólo posible en facebook) puedo decir y hacer lo que quiera y nadie se me opone.  Los dictadores del mañana saldrán de alguna agencia de modelos.
No concibo la posibilidad de que de hecho la gente sea estúpida y sólo clickee “me gusta” ante las “huecadas” que digo siendo otro de mis tantos “yo”.
Prefiero pensar que la belleza obnubila, atonta –y atenta contra- el buen criterio.  Prefiero pensar eso a creer que mis palabras no son las palabras para sus oídos.  Prefiero creer en la magia de la hermosura antes que en el hechizo de la estupidez masificada.

Lamento comunicar, estimado lector, que si así está la cosa, lo único que queda por hacer es rogar por que la tecnología avance lo suficientemente rápido como para que mudar de piel sea tan fácil como cambiar la foto del perfil.  De otra forma, los feos serán los esclavos del mañana y los lindos jamás notarán la diferencia.

miércoles, 13 de julio de 2011

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE



‎-“¿Qué te pasa? Estás muy raro últimamente, Agustín” -me preguntó La Vida con cara de desconfianza. Vacilé en contestar. Tardé unos segundos en poder enunciar alguna palabra. –“Nada, nada” –le contesté.
La Vida se quedó mirándome en silencio durante algunos segundos. Me interpelaba con la mirada, como invitándome a decir la verdad. Yo me hacía el distraído. Simulaba revisar algo en mi celular.Finalmente, La Vida se me acercó despacio y se detuvo a una distancia prudente. Me dijo: “mirame a la cara”. Con ojos culposos accedí a su demanda.-“Vos no estarás saliendo con otra, ¿no?” -Me preguntó decidida.-“¡Ay, no! ¿Cómo se te ocurre, Vida? ¿Co… con otra? ¿Qué otra? Dejate de joder, no seas paranoica” -le contesté sin demasiada convicción y sin muchos artificios. Mi respuesta fue automática. Le mentí porque debía hacerlo, pero no porque quisiera. Le mentí porque está en el manual, porque es regla general negar todo.En el fondo, ahora me doy cuenta de que quería decirle la verdad. Deseaba que me volviera a preguntar nuevamente lo mismo, para poder escupir cada palabra sin ningún tipo de tapujes. La culpa me estaba matando.Sin embargo, fue ella quien se mostró culpable. Al menos, se veía arrepentida. –“Disculpá. No sé por qué te pregunté eso, pero estás raro, Agus”.Decepción. Es la única palabra que se me ocurre para describir mi estado de ánimo en ese momento. Decepción. Ansiaba, deseaba que insistiera. Quería decirlo todo, pero La Vida decidió dejarme en paz. Siempre fue así. Siempre me dio lo que ella creyó que era mejor para mí. Siempre se lo agradecí en la mejor forma, pero esta vez era distinto. Esta vez la vida no me entendió. Hizo lo mejor para ella, sin saberlo.Lo que La Vida ignoraba, era que poco tiempo atrás, yo sí había conocido a otra. Dijo llamarse La Muerte, aunque sus amigos le tenían otros apodos. A mí me gustaba decirle La Muerte. No le tuve nunca demasiada confianza.Es difícil comparar La Vida con La Muerte. Son casi idénticas. Sin embargo respondo a ambas en forma distinta.La Vida me enseñó a gozar de nuevos placeres con las mismas cosas. Pero llegado un punto, la sorpresa constante de las cosas estáticas me aburrió un poco. Llegado un punto, la sorpresa constante no me sorprendió más.La Muerte, por su lado, me enseñó a gozar los mismos placeres con cosas distintas.Cómo llegué a conocer a La Muerte, es todavía un misterio. Recuerdo que la vi de lejos, coqueteando con un par de malos muchachos. O al menos se veían malos.Ella levantó la mirada y me sonrió. Por timidez, desvié la mirada. Sin embargo, cuando quise verla de reojo, noté que ella se me acercaba, todavía sonriente. Confiada y segura de sí misma.-“Hola” –me dijo. Yo no le contesté. Me quedé tieso, atónito por su hermosura. Pensé que querría pedirme fuego, la hora o preguntarme alguna dirección. La miré fijo, esperando una pregunta.-“Uf… otro tímido” –exclamó para sí. –“Está bien, me gustan los tímidos” –dijo- “Específicamente, ahora me gustás vos” –expresó con voz de locutora.Yo comencé a temblar.-“Sé que tenés ganas de alocarte un rato, a pesar de esa cara de ingenuo que tenés” –acotó riendo. Su risa era sensual. Sofisticada. Tras cada pequeña carcajadita, hacía un pequeño suspiro agudo, como tomando aire. Esto hacía que se le inflara el pecho, resaltando su busto. Me excitaba verla reir.Bajo la consigna “vamos a un lugar más tranquilo”, procedimos a ir hacia su casa. No era una chica que anduviera con vueltas.Cuando hube de recobrar la compostura, finalmente reuní el coraje para comenzar a hablar. Tal vez no debería haberlo hecho. Ya me han avisado que tiendo a arruinar los buenos momentos.-“¿Por qué a mí?” -le pregunté- “¿Qué me viste?”-“Honestamente, no sé” –contestó- “No sos la clase de tipo que más me atrae. Pero tenés algo, un no se qué. Además… ¿Por qué no?”Esa pregunta era matadora. “¿Por qué no?” Hasta el día de hoy no tengo una buena respuesta para eso.Así comenzamos. Pero poco a poco fui notando que a La Muerte no le gustaba yo. Yo era –para ella- una especie de desafío. Ella quería ver hasta qué punto podría corromperme. Hacerme hacer cosas que yo no quería hacer.Le conté de mi relación con La Vida y me contestó que La Vida ya me había dado todo lo que tenía para dar. Que ella, en cambio, tenía eso nuevo que yo estaba buscando. Evidentemente, La Muerte era una manipuladora experimentada. Me dijo que si de hecho mi relación con La Vida fuese tan fuerte, yo no habría accedido a ir a su casa aquella noche de otoño.Debo admitir que las cosas que La Muerte me obligaba a hacer, escapaban a todo registro de lo coherente. Iban más allá del bien y del mal. Eran excitantes, riesgosas y generaban altas dosis de adrenalina. Pero La Muerte no me amaba. Eso era evidente. La Muerte se entretenía conmigo. Jugaba conmigo. Pero no me amaba. Yo era su esclavo. Su obediente y entrenado esclavo.La Muerte decía incluso, cosas sin argumento. Charlaba conmigo de cuestiones triviales y sin embargo, yo la escuchaba con demasiada atención. Hallaba fascinante su trivialidad, su frivolidad y su superficialidad. Sabía que tras esa máscara de “hueca”, La Muerte encerraba un misterio que nunca nadie llegó a conocer. Sabía que a pesar de muchas cosas, La Vida jamás podría darme lo que podía darme La Muerte. El tema es que La Vida quería dármelo todo y La Muerte me lo negaba. Me fascinaba el desafío. Cometí el error de tomar por seguro a La Vida. La Muerte me interesaba más. Yo ansiaba invertir los roles, convertirla en mi esclava, ser su amo y señor. Pero La Muerte no se deja seducir por cualquiera. Seduce a muchos, pero son pocos quienes logran llamar su atención.La Muerte estaba todos los días con alguien distinto. Y se encamaba con todos, excepto conmigo. Me invadían los celos y ella lo sabía. A mí sólo me prometía lujuria a futuro, si hacía lo que ella quería. Su juego comenzó a hartarme y con el tiempo fui negándome a sus exigencias. Cuando finalmente me puse firme y logré decirle “ya basta”, ella mostró su faceta más caprichosa y malcriada. Me dijo que yo no estaba listo para estar con ella y que era realmente aburrido estar junto a mí.Eventualmente La Vida se enteró de esta historia y confesó que se imaginó cualquier cosa menos eso. Dolida, me dijo que me amaba pero que lo que yo le había hecho era imperdonable. Que lo que ella tenía para dar merecía ser respetado y mi estupidez la hizo sentir una idiota.Y fue así que, al fin de cuentas, me quedé sin el pan y sin la torta. Hace poco conocí a otra chica. Dice llamarse Anhedonia y tiene un hermano mellizo llamado Aburrimiento, que es un tarado mental; el hijo de puta insiste en juntarse conmigo.Anhedonia es pegajosa, codependiente y quiere estar conmigo las 24 horas del día. Cuando no estoy con Anhedonia, estoy con Aburrimiento, quien no puede dejarme en paz. Ambos son bastante rompe-huevos, pero la verdad, no me importa.Hoy una chica nueva me agregó al Facebook. Se llama Distimia. En cuanto la encuentre online, la voy a chatear un rato, simplemente para ver qué onda…

sábado, 9 de julio de 2011

LA VENGANZA DE LA GORRA

PREÁMBULO

Concibo las relaciones como concibo una ciudad.  Con sus calles, con sus atajos, con sus caminos lindos y feos, sus bifurcaciones, etc. 
Tras haber vivido en Córdoba toda mi vida, tengo que admitir que aún me resulta imposible orientarme correctamente.  Tengo una inhabilidad demasiado grande para generar mapas mentales y para recordar direcciones.  Es uno de mis tantos defectos.
Siendo que la ciudad entera está señalizada y aún así me cuesta trabajo encontrar los lugares a los que quiero llegar, demás está decir que en los “caminos” que hay que recorrer en ciertas cuestiones sociales, mis problemas se acentúan.  Uno nunca sabe qué sendas recorrer para congraciarse con alguien.
En lo referente al sexo –y siguiendo esta línea de pensamiento- tengo un problema enorme.  Pero este problema en particular, es un problema que comparto con muchos de mi especie.
Soy de la idea de que para esta clase de cuestiones, la gente debería venir con un GPS integrado. 
¿A quién no le pasó alguna vez, en su camino hacia un encuentro sexual, dar un giro equivocado en algún lado y hallarse atascado en el vecindario “amistad”?

Pero “Amistad” no es un vecindario cualquiera, no.  Es un vecindario peligroso, de esos que uno no se anima a transitar de noche.  Es un lugar laberíntico en donde uno puede entrar por error sin volver a ver la luz del sol jamás.
En los umbrales de esta “dimensión”, grabada en piedra, se puede hallar la misma leyenda que Dante Alighieri le atribuyó a las puertas del infierno: “ABANDONE TODA ESPERANZA, AQUEL QUE AQUÍ ENTRE”

Demás está decir que estas “amistades” son sólo transitorias y no están destinadas a durar.  No porque al fin de cuentas uno consiga lo que de hecho estaba buscando, sino porque se fundan en la base de la esperanza.  La esperanza de que algún día pase algo.  Pero “algo”, nunca pasa.
Es sólo cuestión de tiempo hasta que en tu rango perceptivo aparezca otra mujer con quien una nueva esperanza pueda renacer.  En ese momento, se pierde total interés en la actual “amiga” (incluso se pierde el interés amistoso) y te dedicás por completo a tu nuevo objetivo.
Siendo que las más de las veces estamos destinados a tropezar con la misma piedra, las chances indican que terminarás con una nueva amiga transitoria hasta que aparezca una nueva fémina a la cual abocar tus esfuerzos y así ad-infinitum.

Todo esto que acabo de describir, no se basa en estudios fenomenológicos, sino en la pura experiencia.
Y esta experiencia, para variar, tiene una historia prototípica de la cual se desprende; y la historia… es ésta:



PARTE I

Tiempo atrás, antes de cambiar de “Alma Máter”, intenté estudiar psicología en la Universidad Nacional.  No hace falta que describa mis vicisitudes allí, pero lo único que voy a destacar, es que no entendía nada.  No cazaba un fútbol, todo me sonaba netamente teórico y me era difícil anclar lo estudiado con la realidad.
Tal vez por eso, cuando las amigas de una de mis compañeras me dijeron –refiriéndose a ella- “no le des mucha bola, es medio histérica”, yo me imaginé cualquier cosa menos una histérica.
Me imaginé una histérica a lo Freud (con parálisis en los miembros, con ataques repentinos, etc.).  Me imaginé una histérica a lo Charcot (con retorcijones y convulsiones, etc.) Me imaginé cientos de cosas, excepto una histérica como comúnmente se las conoce.
Un día tuve que acompañar a la susodicha a su departamento, en donde me relató las desventuras de su vida.  De cómo nadie la quería, de cómo estaba sola, de cómo se llevaba “mal” con su novio (que estaba lejos) y de cómo hacía poco había gorreado al pobre bastardo, con un tipo al que había conocido en un boliche una noche.  De este tipo, del que conoció en el boliche, se había “enamorado”, pero el muy “maldito” jamás la volvió a llamar.  Cada tanto tenían de esas noches juntos, pero el tipo no le daba mucha bola que digamos.  Esto la tenía mal.

La tarde se hizo noche y la noche se hizo madrugada.  Cuando me quise ir, se largó a llover.  Yo exclamé “uh… ahora no voy a conseguir taxi y tengo que caminar bajo la lluvia”.
Mi compañera preguntó “¿Por qué no te quedás a dormir y te vas mañana?”
Viendo que mi compañera no tenía sofá, le eché un ojo a su habitación en donde pude observar que sólo tenía una cama de una plaza.  Le pregunté “¿en dónde?” y contestó “conmigo”.
Siendo que yo no sólo no entendía nada de psicología, sino que tampoco entendía de mujeres, pensé que quedaría mejor de mi parte decirle “no te hagas drama, yo camino… igual me gusta caminar en la lluvia, así que me voy”.  Y eso hice.  Pronuncié esas palabras y me fui pensando (equivocadamente) “ahora va a pensar que soy todo un caballero…”

Antes de que me fuera, me hizo prometerle que volvería al día siguiente para almorzar con ella, porque no quería estar sola.  Yo, la verdad, estaba demasiado alegre al respecto –porque la chica me gustaba- así que le dije que sí.  Obviamente, cumplí.
Mis visitas a su casa comenzaron a hacerse frecuentes y al poco tiempo ya éramos amigos íntimos.  Ella me hablaba de “Javier” (nombre cambiado para salvar las apariencias) el chico que conoció en el boliche y de los mensajes que se mandaban, las charlas que tenían por teléfono, las chicas con las que ella lo veía, etc.
Un día me invitó a su cumpleaños a celebrarse en no sé qué boliche de Nva. Córdoba.  Asistí, conjuntamente con algunos de sus amigos.
Al entrar al recinto, me percaté de la presencia de uno de los famosos “gorreros” (individuos descritos en la historia anterior).  El gorrero entró acompañado por un reducido grupo de chicas en extremo hermosas.  Él tenía las manos en los bolsillos, sacaba pecho y lucía su gorra orgulloso.
Yo lo miraba con envidia, las lindas lo rodeaban, él era totalmente indiferente, pero lo peor, el puñal en el pecho, me lo dio mi amiga cuando me dijo –señalándolo- “ese es Javier”.

-         “¿¿¿CÓMO??? ¿¿¿El… el… el de la gorra???”
-         Sí, ese es él.
-         Pe… pe… pero… Vicky!! (otro nombre cambiado) ¡tiene cara de mono y usa gorra adentro del boliche! ¿qué le ven?
-         Tiene mucha labia (chamuyo), Agus.  Mucha Labia…


PARTE II

Yo no lo podía creer.  Yo, que me consideraba bueno en el uso del lenguaje castellano, justo a mí me vienen a decir que un tipo con cara de mono y gorra blanca es atractivo por cómo “habla”.  ¡Qué injusticia!
Me quedé mirándolo, durante gran parte de la noche.  Intenté descubrir sus secretos, otra vez, en vano.
Yo me moría de envidia –por las chicas que el tipo este se llevaba- Mi amiga también, por el mismo motivo.
“Vicky” me dijo: “no aguanto más, Agus, no me puede hacer esto, no puede estar con todas así al frente mío y ni saludarme”.
Yo, siendo varón, sabiendo lo que nos molesta a los varones, comencé a gestar mi “maquiavélico” plan.

-“¿Lo querés de vuelta?” –le pregunté a mi amiga-
-Sí, obvio –contestó ella-
-Bueno, vení conmigo –le dije, sujetándola de la muñeca-  Ella se resistió a moverse.

-¿Qué vas a hacer, Agus? –me preguntó- ¿Qué le vas a decir? ¡Por favor, no le digas nada!
-Tranquila, confiá en mí.
-¡Pero decime qué vas a hacer, no quiero que le hables!
-No le voy a hablar, quedate tranquila, vos confiá y vas a ver que esta noche lo tenés de vuelta.
-¡Ay, no, por favor! Me da miedo lo que vayas a hacer, ¡¡no metas la pata, Agustín!!

A estas alturas, yo ya la había soltado, viendo su reticencia a moverse de su sitio para ir más cerca de donde él estaba.  En eso, veo que el gorrero se retiró hacia el baño.  Aproveché para decirle a mi amiga “vení conmigo”.
Nuevamente la tomé por la muñeca y me la llevé hasta las cercanías del baño.  Me le quedé muy cerca, como si estuviésemos hablando íntimamente y esperé a que el mono con gorra saliese tras haber respondido al llamado de la naturaleza.

Mi amiga comenzó a exclamar en tono iracundo:
-¡Qué hiciste, Agustín! ¡Nos acaba de ver y va a pensar cualquier cosa! ¡Ahora no me va a hablar nunca más! ¡Se va a re-embolar!
-Vicky, en serio… vos confiá en mí que esta noche lo tenés de nuevo.  Ahora me voy y después me contás cómo termina todo ¿si?

Me despedí de mi “amiga”, me despedí de sus amigos y procedí a retirarme del boliche pensando en que si lo que había pasado de hecho funcionaba, yo iba a quedar como el tipo que se las sabe a todas y es super-inteligente, etc. etc. etc.
Equivocado otra vez…

Al otro día, tras despertar, revisé mi correo electrónico y para mi sorpresa tenía un e-mail de mi amiga que decía algo así como que me agradecía eternamente lo que había hecho, que a penas me fui, el mono con gorra (Javier) la encaró para preguntarle si ya lo había cambiado por otro, etc. etc. etc., que les contó a sus amigas acerca de lo que yo había hecho y que quedé como el “rey de la noche” (sea lo que sea que eso signifique).
Ahí comencé a notar una falencia en mi proceder (sí, yo aprendo lento).  A ver si entendí:

Yo, para variar, volví solo a mi casa.
El otro se llevó a las lindas y se llevó a mi amiga –gracias a mí-

Mmmmmm… hay algo que no cierra.
Bueno, como fuere, no recuerdo muy bien qué pasó en el medio.  Sé que con esta amiga hablé muy poco a partir de aquel momento hasta que un día me llamó para tomar un café.  Insistió mucho en que fuera en una cafetería en particular.  Una vez dentro, me confesó que al frente de la cafetería, vivía Javier y ella quería que él nos viera de nuevo juntos, por lo que me propuso pasearme con ella ida y vuelta por el barrio hasta que finalmente el tipo se enterase de que ella “estaba conmigo” ¿?
Mi paciencia tiene un límite y mi estupidez también.  A eso no accedí, le dije que no iba a funcionar, charlamos dos o tres pelotudeces más y luego me fui para nunca más volver a hablar con ella fuera de clases.

COROLARIO

Derrotado y humillado, decidí dedicarme a lo que yo mejor hacía: Jugar al Mortal Kombat.
Una tarde, con unos amigos, uno de ellos me preguntó si conocía a alguien que pudiera ganarme.  Le dije que no.
Otro de ellos afirmó conocer a alguien que quizás me diera una pelea pareja –y podría incluso llegar a ganarme-
Canchereando, le dije “traelo”.  Concordamos una fecha y en el día pautado el timbre sonó alrededor de las 5 de la tarde.
Para mi espanto vi a mi amigo usar una gorra de un color que no recuerdo, parado junto a otro sujeto que vestía una gorra blanca.
Comenzamos a “jugar” (competir) y la cosa estuvo pareja.  Durante varias batallas, los triunfos se turnaron.  Una vez yo, otra vez él y así sucesivamente.  Hasta que al fin, hartos del eterno “empate” dijimos “hagamos RANDOM y peleamos con el que nos toque.  El que gana esta, gana todas”. 
Aceptado el desafío, tuve la buena suerte de que me tocó por azar mi mejor peleador.  A él le tocó el peor de todos.
Yo –agrandado y confiado- exclamé “ah noooo… si me ganás con Johnny Cage, yo usando Scorpion, te declaro campeón mundial y no se discute más”.  Él aceptó.
Ganamos un round cada uno y fuimos al tercero.  Ambos en “DANGER”.  Intenté hacer una jugada sucia, pero el gorrero se anticipó y me mandó al muere. 
Esta anécdota todavía me la recalca cada vez que nos vemos…
La venganza de los gorreros fue terrible.  Me dieron donde más me duele.  No sólo se llevan a todas las chicas, sino que mandaron a uno de los suyos para despojarme de lo que más me gustaba y por eso… los cago odiando.

EL CLAN DE LA GORRA BLANCA

Nunca me gustó mucho salir de joda.  Boliches, pubs, clubes nocturnos y ese tipo de cosas, no son lo mío.  No sé por qué.  Tampoco me gusta moverme en grupo.  Prefiero ir solo a todos lados.  A lo mejor es una de esas cuestiones que los psicólogos catalogan como “el miedo a desaparecer”.  No sé, la verdad, no me importa.
Pero que no me guste salir, no quiere decir que no lo haya hecho.  A veces, cuando los astros son favorables, salgo.  Y cuando salgo, generalmente la paso mal.
Por las noches todos son protagonistas excepto yo.  Yo soy un observador, el mundo es una película y mi rol es el de aquel que la ve pasar.  De día es otra historia, pero las noches no me pertenecen.  Así que, antes, cuando salía –porque ya me aburrí- me lo tomaba como una especie de trabajo de campo.  Un proyecto de investigación.  Me gustaba “jugar” a que evaluaba los comportamientos sociales y las conductas grupales de la gente, etc.  Esas pelotudeces que por ahí uno suele ver en el Nat-Geo o canales similares:  “La hembra se encuentra dispuesta.  Un grupo de machos la divisa a lo lejos y se acercan en duplas.  Se pavonean frente a ella para llamar su atención ofreciéndole alcohol, pero, desinteresada, la hembra se reintegra al grupo de sus pares mientras los machos combaten cuerpo a cuerpo para poder aparearse.  Sólo el vencedor tendrá chances esta noche…” (eso es lo que yo narraba para mí mismo en mi cabeza).
Entre todos mis descubrimientos, el más notable –por lejos- fue la secta de la gorra blanca.
No sé si lo han notado también.  Hagan la prueba.  Ya no sé si siguen existiendo, estas cosas yo las supe ver allá por el 2000 – 2005.  A lo mejor ya se extinguieron.
La secta de la gorra blanca es un “grupo” –si es que así se los puede llamar- de sujetos que siempre, pero siempre, siempre, siempre, tienen una gorra blanca adornando sus cabezas.
Lo curioso es que esta “secta” no se muestra en conglomeraciones, sino que sus afiliados concurren solos a los boliches. 
En cada boliche al que yo salí durante mi “adolescencia”, no hubo una sola vez que no hubiera un tipo usando una gorra blanca.
Hay uno de estos sujetos por boliche.  Jamás se muestran juntos, ni de a dos, ni de a tres, ni en montos numerosos.  Siempre están solos, rodeados por otros amigos que no usan gorra.  Están vestidos de forma “normal” –lo que se considera normal de noche- y son los típicos tipos que uno puede ver en el baño del boliche, acomodándose el jopo con detergente y/o jabón.
Pero estos individuos de la gorra blanca son una especie aparte. Son algo así como el macho alpha de la tropa. 
Los “gorreros” –como a mí me gusta llamarlos- se encuentran siempre rodeados por mujeres.  Generalmente ellos están contra una pared, mientras las mujeres los rodean como un grupo de zombies al último humano vivo.  Son ganadores, son langas, son re-bananas.  Parecen no haberle dedicado demasiado esfuerzo al resto del atuendo.  Un jean, una remera que han usado durante todo el día –o camisa en su defecto- mocasines y –por supuesto- la gorra blanca.
Siempre me interesó conocer la fuente de su poder.  ¿Sería acaso la gorra el magnetrón atractor de mujeres?  ¿O por otro lado sería la gorra la coronación a una habilidad particular?  Algo así como “le damos la gorra al que más minas se levanta”.
Estos tipos son increíbles –o lo eran cuando existían- Van con gorra de noche al boliche ¡y ganan!
Están los que han querido copiarles.  Están los que han usado lentes de sol –pero todo el mundo se les ríe- Están los que se vestían como los de Matrix (con enormes abrigos oscuros) y a esos les fue peor.
Hay chicas que pertenecen a una fraternidad reducida.  He visto pocos ejemplares de esta especie, pero las he visto.  Son las que solían usar un sombrero de cowboy en los boliches.  He visto dos o tres de estas hembras en mi vida.  El sombrero también les dio réditos.  Todo el mundo hablaba de ellas y por el mero hecho de usar sombrero, se convertían en la presa predilecta de la noche.  Pero bueno, volvamos a los de la gorra blanca.
Mi espíritu de investigador inquieto intentó seguirles el rastro.  Noté que muchos de ellos conducían motos, aunque otros se retiraban en auto.
Algunas veces he seguido a uno de estos ejemplares de la gorra blanca hasta la salida, en donde se desvanecían entre la multitud.  Tal vez un grupo de mujeres que intentaban tirárseles encima bloqueaban mi vista, pero yo prefiero pensar que la gorra les da el poder de teletransportarse. 
Siempre entran con muchas chicas al boliche y siempre se retiran con al menos una –una distinta a las del grupo primigenio-
                                                                                           
Un día, cansado de perderles el rastro (y cansado de no ganar nunca en los boliches) me compré una gorra blanca en una de esas casas que venden artículos para skaters o algo así.  Mi gorra blanca tenía dos grandes defectos.  El primero de ellos es que no era blanca (lisa) sino que tenía un enorme logo de Rip Curl en la parte de adelante.  Su otro defecto era que tenía que usarla nada más y nada menos, que yo.
Sin prácticamente ningún entrenamiento previo y sin conocimiento de la causa, me puse la gorra día y noche hasta que se me hiciera costumbre usarla.  Fue un completo desastre.  Me picaban los cabellos, me transpiraba la frente, etc.
Finalmente comencé a quererla.   Me ahorraba tiempo para peinarme.  Sí noté –con algo de espanto- que se me caía mucho el pelo.  No importaba, yo quería hacer la prueba igual.
Fui una vez a un boliche, vistiendo esa gorra… creo que ni hace falta decir que igual no se me acercó nadie.
Fui solo, sin amigos, no bebo… no sé qué cuernos estaba esperando que pasara.  Pero de pronto lo vi.  El espécimen de la gorra blanca al otro lado del salón.  Como siempre, apoyando su espalda contra una pared, rodeado por cuatro o cinco mujeres hermosas.  Él no les prestaba demasiada atención, pero nadie puede culparlo.  Todas ellas le deben haber estado hablando al mismo tiempo.  Obviamente la distancia y la música alta no me dejan dar cierto testimonio acerca de ese último comentario, pero yo veía que todas movían los labios a la vez.  Supongo, intuyo, imagino que deben haber estado gritando “¡¡¡a mí, a mí, a mí, elegime a mí!!!”
El de la gorra blanca me vio de lejos y puso cara de que no le gustaba mi presencia.  Me fui acercando de a poco y él comenzó a entrecerrar los ojos como chino con sospechas.  Me miraba raro, como diciendo “¿quién carajo sos?”. 
Yo lo intenté todo, pararme contra una pared, hacerme el banana… pero nada.  Ni una mirada, ni una mueca, nada.
Recordé que mi gorra tenía el logo de Rip Curl y pensé que sería buena idea intentar descoserlo, pero me fue imposible.  La marca se adhería a la tela como si luchase por su vida.
Volví a colocarme la gorra y el otro gorrero siguió mirándome fijo un rato, pero luego perdió interés en mí.
Al retirarse con una chica, pasó a mi lado y me volvió a mirar a los ojos.  Luego miró mi gorra, luego a mis ojos otra vez.  Luego desapareció en la noche, hacia lo que yo imagino fue una espléndida noche de sexo y concupiscencia. 
Tenía miedo de que este muchacho hubiese dado aviso al resto de su clan, que había alguien queriéndose infiltrar.  Imaginé que al intentar salir del boliche, estarían todos los gorreros afuera esperándome para darme mi merecido.  Por querer infiltrarme, por querer camuflarme sin derecho…
Volví a mi casa solo, derrotado, humillado y un tanto envidioso de que el gorrero se hubiese llevado a una de las chicas más lindas del boliche mientras a mí me tocaba ponerme a ver un capítulo de FRIENDS, hartas veces repetido.
Lo que yo no sabía en ese momento, era que volvería a toparme con uno de ellos (yo esta vez sin gorra, pero con algo más de experiencia en el campo).  Para mi próxima historia, les contaré cómo batallé con un “gorrero” por una chica.  Los que me conocen, ya se deben estar imaginando cómo terminó la cosa ;)

Luego de esa vez –la vez que todavía me resta contar- jamás volví a ver a un gorrero.  Deben haber pasado un informe acerca de que los han descubierto.  Ahora deben usar otro distintivo.  O tal vez se mudaron a otra región.  Tal vez ya tuvieron sexo con todas las chicas de Córdoba y ahora están probando nuevos territorios, pero yo prefiero fantasear con que habiendo “luchado” contra uno de ellos, ahora saben que hay una nueva especie de hombre que si bien no representa peligro, sí tiene muchas, muchas ganas de competir.
El “nerdus-absolutus”.  Porque como dicen en The Big Bang Theory, “smart is the new sexy”.
Como sea, yo sigo pasando mis noches jugando a los video-juegos.  Si los de gorra blanca todavía existen, de seguro pasan las suyas entre las sábanas con una rubia mortal.