lunes, 23 de marzo de 2009

OTRA QUE VIERNES 13

Jamas experimenté arrepentimiento ni me sentí atormentado por sus rostros cada noche. Algunas películas de guerra suelen mostrar la figura de algún soldado avergonzado relatando insoportables pesadillas en las que es acosado por fantasmas del pasado portando las caras de sus víctimas, o bien, a veces termina la escena con el gendarme saboreando el cañón de su propia pistola. Último recurso para acabar con el suplicio de la culpa. A mi eso no me pasa. No me sucedió nunca.
Contrariamente a cualquier psicópata, no lo hice nunca por diversión. Tampoco porque me haya sido encomendado. No me interesaba juguetear con mis víctimas ni hacerlas sufrir. Una especie de instinto natural me empujaba a acabar rápidamente con ellas. Nunca llevé la cuenta, jamás me jacté de nada. Se me convirtió en hábito. En necesidad. En un acto tan simple como rascarse la zona que pica, yo ponía fin a la vida de aquella cuya sola presencia me generaba repulsión. Comencé desde niño. Mi madre me enseñó. Si, de ella... mi madre... una mujer. De ella aprendí el delicado arte de exterminarlas. En ese punto, creo haberla superado. Ella era bastante improlija. Siempre quedaban partes desparramadas por algún lado. Yo en cambio, gusto de implementar métodos un poco más ordenados. No por la evidencia, sino por la pulcritud. Como ya lo expuse previamente, matarlas era un arte. No recuerdo lugares, ni formas, ni detalle alguno. De tanto en tanto tengo flashbacks que me llevan a aquel callejón oscuro en donde una intento escapar sin éxito, pero eso es todo. La considero una actividad diaria. Como cepillarse los dientes o preparar la comida. No lo anoto como tarea del día; es más bien una especie de reflejo. Muchas veces le prometo a Dios comenzar a respetar todo lo que vive, pero matar a una de ellas no me suena a estar violando parte del trato. Si bien no pienso en ello y ni siquiera lo considero algo del todo "malo", supe inmediatamente a qué había ido ella a mi departamento. Supe que había ido a vengarse.
El resplandor azul-celeste de mi monitor era todo lo que se interponía entre la completa obscuridad y yo. Entretenido en mi anémica conversación de chat, la escuché moverse en la cocina. Dejé de tipear para poder concentrar mejor mi audición. Tenía todavía la vista fija en el teclado, pero mis dedos ya no se movían. Sentí un temblor frío ascender por mi pecho y rodear mi cuello hasta la espalda. Su presencia me era familiar. Familiar y reciente. Imaginé que sería ella. La que dejé escapar la noche anterior. Cómo llegó a meterse en mi hogar, me resulta hasta la fecha todo un misterio; pero en ese momento no importaba. Sus motivos eran mucho más ominosos que sus medios. Ella estaba ahí por una razón. Ella estaba ahí por mi. Me tomó un tiempo el encontrar una reacción para la parálisis que me invadía. Durante segundos que se prolongaron por lo que parecieron ser eones, me mantuve inmóvil. Mantuve la respiración, con la ilusión de agudizar la escucha. En ausencia de luz, ella tenía la ventaja y ambos lo sabíamos. Aventé una zapatilla contra el interruptor; la habitación se iluminó por completo. Para la próxima, instalaré el mecanismo del "claps on", porque no siempre contaré con buena puntería. En cuanto las luces se encendieron, la vi correr a toda velocidad en diagonal por el living. Yo salté desde la silla hacia la cama y rodé sobre mis espaldas, cubriéndome detrás de dicho mueble. No tenía mis armas a mano, así que debía improvisar. Tomé un puñado de monedas y las aventé por la puerta generando una cortina sonora que me permitiera desplazarme sin ser detectado. De una patada rompí el vidrio de la estantería y los libros se desplomaron sobre el suelo.Tomé varios trozos de cristal y comencé a arrojárselos como "shurikens" pero la maldita era rápida. Demasiado. Me quedé sin pseudo-proyectiles y ella y yo nos miramos fijamente. Avanzó hacia mí a toda velocidad. Yo rodé hacia un costado y tomando un diccionario caído al suelo, se lo aventé, pero fallé nuevamente. Corrí descalzo por sobre los vidrios rotos y rastros de sangre se plasmaron en los mosaicos recientemente pulidos. El suelo me resultaba resbaloso. La cera y la sangre formaban una superficie netamente incómoda para correr. Al menos para mí. Ella se desplazaba sin dificultad alguna. Tomé una silla y comencé a agitarla en su cara. Ella simplemente no retrocedía. Avanzó lentamente. No denotaba temor alguno ni respeto hacia lo que yo representaba (nada). Mi ventaja siempre consistía en el factor sorpresa. Esta vez, no lo tenía. Haciendo un gran esfuerzo, apreté los dientes y corrí hacia el baño. No tenía plan alguno, no sé por qué me aprisioné solo. En un intento desesperado, me pregunté qué haría McGyver en mi situación. Tomé el desodorante de ambiente y el pote de crema enjuague. Abrí la puerta del baño y allí estaba ella, esperándome, sin emboscada alguna. Le aventé la crema enjuague, sin esperar acertar. No lo hice. Corrí hacia la cocina y busqué los fósforos. La leve llamita generada por el palito cenit, fue suficiente para anteponerla al chorro del desodorante y generar un efectivo lanzallamas. Así armado procedí a buscar a la muy maldita... pero no pude hallarla. La ventana se encontraba abierta, pero no creí que hubiera saltado. No la escuché ni mucho menos pude verla, pero sentí su presencia metros atrás. Volteé la mesa y busqué refugio tras ella. Noté entonces lo endeble de las patas de aquel mueble. Arrancar una no me resultó trabajoso. Salí al encuentro de la muy maldita y ella hizo lo mismo. Sabía que era mi última oportunidad y no quise desperdiciarla. Ella avanzó hacia mí, pero no corriendo, sino de un salto. Yo abaniqué mi precario garrote y le asesté un golpe mortal. Ella yacía boca arriba, intentando incorporarse...Otro golpe más, completó el trabajo. Ahora inmóvil, sólo representaba para mi, la ardua tarea de deshacerme del cuerpo. Inerte en el suelo, se veía prácticamente inofensiva. Sin embargo, algo en ella todavía me generaba temor y asco. Me retiré a otra habitación, intentando encontrar dispositivos para encargarme del cadáver. Volví con una pala y una bolsa de plástico... pero ella ya no estaba ahí. Muy parecido al final de una mala película de terror, me hice a la idea de que ella estaría parada detrás mío intentando acabarme con una estocada rápida o empalarme con un machete de tamaño industrial... pero no había nadie allí. De todas formas, eso ya era exagerar demasiado.
Tras buscarla por un buen rato, no pude dar con ella. De momento no había peligro, pero sé que volverá. Un charco viscoso de color blancuzco, era prueba suficiente de que la cucaracha estaba herida y supuse que había decidido retirarse. El maldito insecto no había muerto y esto... aún no termina.
No hasta que los de RAID inventen algo netamente efectivo, o bien yo pueda exclamar orgulloso que: "las cucarachas entran; pero no salen".